«La utopía muestra que aquello que parece ser una realidad insalvable que nos oprime, no es más que un producto social: puede cambiarse. ¡Las cosas pueden cambiar!»
2018 trae uno de los eventos filosóficos más importantes para la Región de Murcia y sus institutos de Educación Secundaria: la Olimpiada Filosófica, que con ésta es ya su quinta edición. Organizada por la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia en colaboración con la Facultad de Filosofía y el apoyo de la Fundación Séneca, esta ocasión está dedicada a dos cuestiones sobre cuya actualidad quisiéramos reflexionar aquí: la utopía y la revolución.
Es la nuestra una sociedad sumida en un eterno presente. Paradójicamente se habla de futuro, pero ese futuro no es más que la repetición monótona de lo ya conocido. Se hace énfasis en la novedad y en lo creativo, pero aquello que se califica de nuevo no es más que lo ´mismo´ vestido de una forma diferente. Hemos perdido la capacidad de sorprendernos, de maravillarnos, de imaginar, de soñar. El ser humano ha llegado a un nivel de desarrollo sin parangón en toda la historia, pero, en cambio, somos más pobres que nunca: pobres en experiencias, pobres en aspiraciones y en sueños. Un sentido común infame se extiende como una pandemia por todas nuestras sociedades, un sentido común cuya consigna es la siguiente: las cosas no pueden cambiar, el mundo no puede cambiar. En cualquier caso, nos dicen, debemos cambiar nosotros mismos, debemos adaptarnos. El inconformismo es señal de patología psicológica, el rebelde es un psicópata. No hay más opciones: hay que adaptarse.
Frente al sentido común, frente a una realidad que se quiere presentar como la única posible, necesitamos un pensamiento utópico y revolucionario. Pero, ¿qué es la utopía? La utopía es la rebelión contra la realidad, contra su totalitarismo y tiranía, que quiere hacernos creer que lo que sucede, sucede necesariamente. La utopía muestra que aquello que parece ser una realidad insalvable que nos oprime, no es más que un producto social: puede cambiarse. ¡Las cosas pueden cambiar! Y no hay cambio sin utopía, sin un horizonte de futuro desde el cual juzgar nuestro presente.
El pensamiento moderno es incomprensible sin esa dimensión utópico-crítica que va ligada a una novedosa fe en el hombre que contrastaba con aquella condena medieval de lo mundano. A partir de aquel momento, el hombre se supo dueño de su destino, y la utopía emergió como el sueño de que una sociedad mejor y más justa era posible, como el anhelo de no esperar hasta la muerte para encontrar el paraíso, sino de traerlo hasta la tierra. Por eso en los siglos XVI y XVII se escribieron tantas utopías: Tomas Moro, Campanella, Bacon… todos estos autores escribieron desde una radical fe en el hombre, que les hizo creer que algo distinto era posible.
La revolución, por su parte, podría definirse como el intento de realizar la utopía, de hacerla presente. Ambas, utopía y revolución, constituyen una ruptura con el orden existente, y podemos decir que no hay revolución sin utopía. Marx es quizá el pensador que mejor enlaza ambos momentos en su sistema: su utopía comunista sólo llegaría con la revolución, con el alzamiento del proletariado. El siglo XIX es el siglo de las revoluciones y, con ello, también de las utopías. Ese fantasma que, según afirma Marx en su Manifiesto, recorría toda Europa, no sólo era el fantasma del comunismo, sino también el de la utopía, el de la esperanza.
Ahora parece que hemos olvidado esa preciada herencia que nos dejó la Modernidad, y esa dimensión utópico-crítica y revolucionaria parece extinta de todo nuestro pensamiento y nuestras prácticas. Sólo hay un problema: sin utopía no hay esperanza, sin jóvenes revolucionarios no hay futuro. Sólo hay un problema: una sociedad sin sueños es una sociedad muerta. Parece que hemos vuelto a olvidar, de nuevo, que nosotros somos los únicos dueños de nuestro destino, y que éste no puede ser escrito por entes divinizados, sean celestiales, o tan mundanos y materiales como pueda ser un gobierno o el mercado. La cuestión es sencilla: podemos dejar que el curso de la historia persista ciego y sin rumbo, o bien podemos hacernos conscientes de que somos nosotros los que construimos la historia. Cuando cobramos conciencia de esto, es entonces cuando la utopía se vuelve posible, y toda injusticia inexcusable. Acabemos, pues, con ese nefando sentido común. No necesitamos más gente cuerda ni sensata, necesitamos locos, excéntricos que construyan la utopía. No importa que sea inalcanzable, lo importante, como decía Galeano, es que nos hace caminar.
Son muchas las razones, en suma, por las que ´revolución´ y ´utopía´ se presentan aún como conceptos tan sugerentes para la autorreflexión y la crítica. En unos pocos meses serán los alumnos y alumnas de los institutos de Educación Secundaria de la Región los que tomen la palabra. También nuestro futuro depende de su mirada sobre las cosas.
De ahí la importancia de esta V Olimpiada Filosófica, que organizamos con el deseo de que sea tanto un espacio para el pensamiento como para el encuentro.
La Secretaria de la SFRM, Diana Martínez Espín, publicó este artículo en La Opinión de Murcia el 16 de enero.